miércoles, 22 de febrero de 2012

22. EN QUÉ MOMENTO

Pienso en la última vez que hicimos el amor... y no la recuerdo, tengo ese momento, cuando fuimos a Oaxaca y me acompañaste a mi habitación, entré al baño a ducharme y luego apareciste tu, quitándome el bañador por detrás, besándome la espalda y yo sin responder; pensando en qué momento dejé de sentir pasión por tus besos, porqué sólo deseaba apartarte y decirte que no.

Tu casa quedó llena de recuerdos, besándonos en el patio de atrás, entre la ropa y el viento con olor a suavizante. Tu habitación por las noches, con mi maleta azul a los pies de tu cama; las charlas en el cuarto de tu hermano; el sudor, los jadeos y tu nombre entre gemidos se quedaron en más de una cama. El olor de mis cosas de aseo en tu baño, los sillones donde tantas veces te miré; y mis favoritas, la cocina, disfrutando de tu cuerpo desde la barra mientras hacías faena; y la escalera, tantos besos previos a, más de una vez te senté en ella deseando hacer el amor ahí mismo y más de una vez dijiste que no, demasiado arriesgado.

Una de las situaciones que contribuyó a que me enamorara de ti fue el ambiente en tu casa. Muy familiar, la unión y complicidad de todos y cada uno de los miembros me atrapó. Les compramos regalos en Madrid y Valencia y se los diste hasta que yo llegué. Les agradaron y, sumado a los masajes que le di a tu madre, creo que me la gané. Siempre he tenido claro que ocupo un sitio especial e intocable con ella, y lo agradezco. Toda tu familia parecía contenta conmigo, y yo con ellos.

Nos ingeniábamos el quedar a solas en tu casa, para poder amarnos.
Mis besos suaves, siempre rozando apenas los tuyos, finos y delineados, subiendo de intensidad, los tuyos ansiosos, impacientes mordiendo mis labios rojos y voluminosos, desesperados por jugar con una lengua que te estaba prohibida si tenías ese piercing puesto.
Tu nuca, blanca, con esos rizos negros que siempre te dan batalla; cuántas veces caí en ella, perdiendo la noción del espacio mientras te decía cosas apenas susurrando las palabras para hacer que giraras tu cuello y volver a caer en tu boca.

Te gustaba besar mi cara y morderme las mejillas hasta hacerme enfadar, entonces hablabas como una niña y comenzabas a tocar mis brazos, a besar mis manos y yo a corresponderte, besando cada dedo, mordiendo la yema, y tus suspiros sumados a esa sonrisa me decían que podía seguir. Desnudarte siempre fue como abrir un regalo, observando cada pieza, cada botón; tus manos siempre terminaban antes conmigo, disfrutabas de mi piel suave, y yo de lo que iba descubriendo poco a poco.
Tus manos marcaban el ritmo de un baile con mi cadera, moviéndote con exactitud, disfrutando, sabías que podías hacer de mi lo que quisieras en ese momento, me hacías hablar, prometer, rogar. Siempre llevaste la batuta en la cama.

Dolía hacer el amor contigo sabiendo que no querías nada serio en ese momento, y por mas que intentaba resistirme, siempre caía en tu cama, es mas, era yo quien te buscaba muchas veces, intentando desconectar el corazón del cuerpo. Nunca he negado el grado de excitación que teníamos con sólo mirarnos, ni lo he vuelto a sentir.

Creo que al escuchar la tercer negativa comencé a crear, inconscientemente una barrera para protegerme de ti, de mi y lo que podíamos ocasionar; e hice lo que hasta entonces se me daba bien, huir de ti. Parecía que mientras mas distancia había de por medio, estábamos mejor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario